Llevo unos años observando el comportamiento de los árboles después de estos últimos veranos tan largos y calurosos. Sigo a unos robles que se defolian por completo y al llegar el otoño, recuperan por segunda vez sus hojas.
Hay unos ciruelos que, asombrosamente, están volviendo a florecer a principios de septiembre después de pasar el verano sin hojas. Desgraciadamente, muchas encinas, fresnos y pinos que tenían buen tamaño, se han ido secando, pues no han conseguido superar estos años de temperaturas más altas y fuerte sequía.
Ante el cambio de circunstancias ambientales, ¿cómo actúan las especies?
Ciertas plantas cuentan, por el momento, de la capacidad de alterar su comportamiento en función de las circunstancias ambientales, en una especie de sistema de defensa o supervivencia que comporta un desgaste para la planta, pero que la mantiene con vida.
En otras especies, las exigencias son tan fuertes que, a falta de contramedidas, las circunstancias ambientales pueden con la vida de la planta, y esta muere.
En cambio, curiosamente, hay animales que parece ser que no detectan estos cambios y continúan funcionando según unos patrones al margen de lo que pasa.
Mientras redacto este artículo, el otoño astronómico ya ha llegado, pero meteorológicamente continuamos en verano.
Una amiga, observando cómo se comportan las aves migratorias y muchos insectos, se ha planteado cómo conocen los seres vivos que llega el momento de migrar o de prepararse para invernar en situaciones en las que aparentemente no hay cambios respecto del verano.
La pregunta sería cuales son los factores que desencadenan estos cambios cíclicos de comportamiento y si las especies están preparadas para adaptarse a la velocidad de los cambios medioambientales actuales.
Los factores de supervivencia se van desarrollando durante millones de años de evolución
La lógica de la supervivencia y el éxito evolutivo de las especies no puede depender de factores naturales que sean efímeros o muy variables, ya que funcionar sobre la base de falsas alarmas comportaría un alto riesgo de extinción.
Hoy conocemos que muchas especies tienen sus mecanismos de cambio cíclico o de adaptación estacional basados en factores ciertamente fiables. Millones de años de evolución han desarrollado unos mecanismos sabios de supervivencia.
El ejemplo de la mariposa de los álamos en el Londres Industrial
Hay que decir que las especies que tienen un ciclo vital muy corto y una gran tasa de fecundidad cuentan con muchas más generaciones que las que, por el contrario, tienen su ciclo vital muy largo.
Es muy diferente la descendencia que pueda tener la mosca del vinagre y la que dejaría una ballena en un mismo periodo de tiempo. Las primeras tienen muchas más oportunidades de adaptación a los pequeños cambios que las segundas y basan su supervivencia en la cantidad de su población.
Siempre habrá algunos individuos que, por alguna variación genética, estén mejor preparados para sobrevivir en la nueva situación. Todos conocemos la mariposa de los álamos (Biston betularia) que, en el Londres de la contaminación en plena revolución industrial, para sobrevivir cambió de color claro a oscuro.
Así pudo escapar de sus depredadores, camuflada, sobre la corteza de los árboles llenos de hollín. La razón es un gen saltarín, un segmento de ADN, que puede cambiar de posición dentro de un gen, alterando la lectura y expresión de los genes del color de las alas de la mariposa.
Es un mecanismo que ya estaba presente en estos insectos, pero que, en esa época de la historia de Londres, se hizo muy útil para esta especie.
Hoy, recuperado el color natural de los álamos en la ciudad, volvemos a tenerla de color blanco.
La memoria epigenética de las plantas
Hay semillas que, a la hora de formarse, si la planta madre sufrió fríos prematuros, se dispara la lectura de ciertas partes de sus genes y las nuevas plantas hijas germinarán más tarde y así estarán mejor preparadas para el frío.
Como en el caso de las mariposas, en su genética ya estaba esta posibilidad, pero hasta ahora no había sido necesaria esta capacidad, no se habían dado las circunstancias para desencadenar una variante concreta de su genotipo.
Su fenotipo, así llaman los científicos a la expresión de su genética, es decir, a cómo se concreta al final este ser, diferirá del aspecto y ciertas características de su mamá planta.
Por estos recursos genéticos se dice que las plantas tienen memoria epigenética, y esto se puede trasmitir de padres a hijos a través de enzimas y de pequeñas cadenas de ARN.
Los cambios y las adaptaciones requieren una presión medioambiental continua
De todas maneras, la posibilidad de cambio o de adaptación de las especies a corto plazo tiene sus límites y siempre dentro de unos márgenes restringidos. Estos mini cambios de los que estamos hablando forman parte de la flexibilidad o juego de cintura de las especies.
Los cambios importantes y la aparición de adaptaciones de peso que comportan nuevas especies se producen bajo presiones medioambientales constantes, esto es, durante muchos años en una misma dirección, que la genética de los seres vivos acaba captando a través de un sistema de factores duraderos o fiables.
Al hilo de los datos recogidos los últimos años vemos que se nos alarga el verano, pero se trata de un fenómeno que, dentro del cómputo biológico, podríamos decir que es novedoso o reciente y que, aunque vemos que se trata de una tendencia, todavía faltan años para que el nuevo patrón climatológico tenga su influencia en la genética de la mayoría de la población de una misma especie.
Los insectos y las aves migratorias se están reagrupando para pasar el invierno, a pesar del calor
Esto explica que hayamos observado que, a pesar de que todavía no hace frío y de seguir hasta ahora en un verano meteorológico, las mariquitas (Coccinella septempunctata) y otros muchos insectos, como los zapateros (Pyrrhocoris apterus) o las más famosas de este septiembre: las chinches pardas marmoradas o chinches nebulosa (Raphigaster nebulosa) a las que hemos tenido que echar de casa y de nuestras rendijas en ventanas y puertas, se hayan ya agrupado a inicios del otoño astronómico, para esconderse en grietas del suelo o bajo capas de corteza y hojas y así pasar un invierno que todavía está muy lejos.
Por citar otro ejemplo de comportamiento animal arraigado en su genética tenemos el de las aves migratorias. Muchas cigüeñas a mediados de septiembre buscan el agrupamiento y se disponen a abandonar sus lugares de alimentación y cría para trasladarse miles de kilómetros más al sur.
Las cigüeñas de la comarca de Osona hace un mes que se marcharon. Manlleu es un punto de concentración para iniciar su viaje. La genética de estos animales y los factores fiables que desencadenan el aviso de migración todavía no han cambiado.
Llama la atención ver cómo hasta ahora cada año coinciden las fechas de partida, aunque haga muy buen tiempo y no haya diferencias de temperatura respecto de los meses de verano.
¿Cuáles son los mecanismos que captan las plantas y los animales para comenzar sus transformaciones o cambios cíclicos de comportamiento de cara al invierno?
En muchos animales es el acortamiento de los días, la disminución de las horas de luz lo que dispara los cambios hormonales o la activación de ciertos genes que activan comportamientos diferentes.
En el caso de las aves se produce más ingesta de alimentos para acumular reservas, cambian las plumas, aumentan el insomnio y se dispara el síndrome migratorio.
En otros animales, como los ciervos, se modifican sus comportamientos sexuales dirigidos a la formación de parejas para reproducirse y tener descendencia en épocas más benignas en temperaturas y en abundancia de alimentos.
La duración de las horas de luz es un fenómeno mucho más estable, pues depende de factores astronómicos y, por lo tanto, más seguro para la supervivencia de las especies, tanto de animales como de plantas.
Se me ocurre que, en las ciudades, el uso de luz artificial puede distorsionar estos relojes anuales, por lo que se entiende que se esté poniendo remedio para evitar este problema.
Hay que decir que en el comportamiento de los animales también influye el aprendizaje, y que hay estudios en grullas en los que se ha podido comprobar que, durante sus años de vida, la experiencia de las rutas y los lugares en los que pasan el invierno se afinan con el tiempo y el ejemplo de los individuos más viejos.
Pero la parte más importante del comportamiento animal radica en la genética o en el instinto.
Vemos que los seres vivos han desarrollado unos mecanismos de adaptación y de sincronía con el planeta que hoy nos llaman la atención, sobre todo cuando por nuestra interacción se dislocan o alteran procesos o condiciones ambientales.
Como seres vivos de este planeta podemos decir que somos los que más nos estamos apartando del sistema, desestimando nuestros mecanismos naturales de adaptación y por ello reduciendo nuestra capacidad de supervivencia.
Ya sabemos que el modo de vida de la sociedad actual en la que vivimos nos perjudica, nos aísla del resto de seres y también de nosotros mismos, nos estresa, nos provoca enfermedades físicas y psíquicas…
Podemos revertir esta tendencia, podemos tener una vida más natural, más saludable, más acorde al ritmo de la naturaleza y aquí no hacen falta leyes gubernamentales o convenios internacionales, sino que basta con determinarse a realizarlo como opción personal.
Manel Vicente Espliguero
Paisajista