Mi propósito con este artículo es el de repasar algunas de las historias mitológicas griegas para profundizar en la relación de los griegos con la naturaleza, en las que estos, aunque se destacaron por ser unos grandes urbanitas, admiraban la belleza y misterios de bosques, montañas, mares y cielos, llegando en muchos casos a sacralizar estas realidades.
A través de algunos de sus mitos, nos acercaremos con más cariño a algunas de nuestras especies mediterráneas más emblemáticas y a su entorno, enfocando todo desde un punto de vista imaginativo, cultural y social.
El laurel, la ninfa y la obsesión de Apolo
Cuando Cupido dirigió su flecha de oro al dios Apolo, este se enamoró perdidamente de la ninfa Dafne, a la que el mismo arquero envió una segunda flecha de hierro, lo que provocó que Dafne se negara de manera firme, y hasta que sus fuerzas se agotaron, a las pretensiones de Apolo.
Tras las súplicas de ayuda de la ninfa a Peneo, un dios fluvial, este la convirtió en laurel y Apolo acabó abrazado a un tronco inmóvil y frío de una planta por la que, desde entonces, sentirá predilección.
El laurel, especie perenne y siempre verde, se convertiría, a través de este mito, en el símbolo del triunfo de poetas, artistas y guerreros víctimas de un amor no correspondido. Curiosamente, el nombre de Dafne significa laurel en griego. Esta historia es una de las muchas en las que plantas y los dioses griegos se entrelazan para explicar a los antiguos los misterios de la naturaleza y de la propia humanidad.
Este mito puede interpretarse, por encima de una simple historia de amor, como una enseñanza en la que una conducta obsesiva e irracional de negación del respeto a los sentimientos y decisiones de la otra persona, nos aboca siempre a unas consecuencias dramáticas, de daño y dolor en todas las partes implicadas.
El ciprés, el desconsolado Ciparisos y su cervatillo
Siguiendo con nuestro personaje Apolo, que también tuvo otros amores desdichados, contaremos ahora lo que aconteció con el de Ciparisos. Hay que decir que este nombre griego se puede traducir como ciprés y vemos cómo se vuelven a entrelazar aquí mitos y plantas.
Este joven tenía un regalo del dios: un ciervo sagrado domesticado al que apreciaba mucho. Un día, mientras el animal dormía, Ciparisos se equivocó cazando y con una jabalina lo mató. Desconsolado y lleno de dolor, pidió a los dioses que su llanto fuera eterno, y los dioses aceptaron su súplica y le convirtieron en ciprés.
De esta manera nuestros cipreses, como símbolo de dolor, continúan llorando en nuestros cementerios y nos acompañan en nuestros duelos. Para muchos autores, Ciparisos representa el paso en la vida de la inocente adolescencia a la esforzada madurez de los adultos.
El malogrado Jacinto de Esparta y el viento de la primavera
Otra historia: Jacinto, hijo del rey Amiclas de Esparta, era un amigo íntimo de Apolo. El viento del oeste, Céfiro, sentía por él también una especial estima, pero no era correspondido, y todos los desvelos y atenciones de Jacinto recaían en Apolo.
Los celos pudieron más que nuestro dios del viento y durante un juego entre los dos amigos, Céfiro desvió el lanzamiento del disco de Apolo impactando en la cabeza de Jacinto. Al morir este, Apolo quiso inmortalizar el nombre de su amado y lo convirtió en la planta que todos conocemos. De esta manera, el jacinto es de las primeras plantas que florecen cuando acaba el invierno y comienzan a soplar vientos más templados.
La vanidad de Narciso en el estanque
A todos en alguna ocasión nos han contado el mito de Narciso, hijo de la ninfa Liríope y del dios Cefiso. Un joven vanidoso y orgulloso que, pretendido por numerosas mujeres a las que consideraba poco valiosas para él, las rechazaba con desdén y crueldad.
Tras tratar de esta manera a la ninfa Eco, una joven que solo era capaz de repetir la parte final de las palabras, se escondió llena de amargura y tristeza en su cueva de la que ya nunca salió. La diosa de la venganza y la justicia, Némesis, castigó a nuestro joven definitivamente, llevándole a un estanque y pidiéndole que se mirara. Enamorado de su imagen y obsesionado con conseguirse, se ahogó en sus aguas. Allí donde se produjo su muerte creció por primera vez la planta que lleva su nombre. Los narcisos crecen de manera natural en zonas húmedas y sus flores se orientan hacia abajo como queriendo ver su reflejo en las aguas.
Esta historia nos alerta sobre el desprecio y la vejación hacia los demás. No es el hecho de creerse superior y más hermoso que nadie, sino el ser incapaz de tratar con respeto y delicadeza a aquellos a los que no se corresponde con nuestro amor.
Dionisio, la hiedra trepadora y el baile
El dios Dionisio, dios de la fertilidad y del vino, tiene como atributo la planta trepadora de la hiedra, de la que en ocasiones aparece coronado, aunque hay que decir que en otras representaciones también lo hace con hojas de parra. El mito explica que Cissos, un bello danzante del séquito del dios, durante un baile resbaló y, al caer, murió. Para aplacar el dolor de Dionisio por esta pérdida, Cissos fue transformado en hiedra que, como planta trepadora, se abrazó a una vid cercana.
Por su fortaleza y longevidad, y por estar siempre verde y fresca, se convirtió en símbolo de inmortalidad y de fama eterna. Sus propiedades potenciadoras de la actividad cardiaca y el ensanchamiento de los vasos sanguíneos hicieron que se vinculara estrechamente al vino. La razón es que, en dosis moderadas, la hiedra puede ayudar a pasar los efectos de la embriaguez, pero en altas dosis, tiene los mismos efectos negativos que el vino.
Afrodita, la rosa y la caducidad de la hermosura
Sabemos que Afrodita es la divinidad que más relaciones tiene con las plantas, y una de las más conocidas para los griegos era la relación con la rosa. Una de estas fue la que creció al poco de nacer nuestra diosa en el mar. Afrodita dio así desde el principio muestras de su poder, pues consiguió crear una flor tan perfecta y hermosa como ella. La rosa es aquí el símbolo del placer momentáneo, caduco y temporal, al igual que la lozanía y aroma de estas flores.
Deméter y Perséfone, las estaciones del año y la adormidera
Pero la historia más hermosa es la que cuenta el paso de las estaciones. Deméter, la diosa de la vegetación y la agricultura, era la madre de la bella Perséfone. La diosa, obsesionada por la indignidad de todos los pretendientes de su hija, buscaba mantenerla ajena al deseo de todos ellos, regocijándose a la vez en su belleza y singularidad. Felices las dos, no cesaban de enriquecer el mundo terrenal con vegetación y exuberancia.
La joven diosa, acompañada por sus ninfas en unos de sus paseos, fue sorprendida por el dios Hades que la raptó llevándosela con él al inframundo. Deméter buscó desesperada a su hija y entristecida por no hallarla, comenzó a descuidar la vegetación del mundo.
Bosques y campos comenzaron a perder sus colores habituales, pasando a los ocres, rojos y marrones. Las hojas cayeron y cesó la producción de los frutos. Al desaparecer la cubierta vegetal, el frío hizo acto de presencia, y el mundo se volvió triste y yermo. Gracias al dios del sol, Helios, Deméter supo que había sido Hades, y exigió a Zeus su rescate.
El enamorado Hades dejó a la elección de Perséfone la marcha al mundo de los vivos. Aunque puso una condición: en su viaje de vuelta llevaría una granada del inframundo, de la que, si comía para restaurar sus fuerzas, no podría abandonar el hades. Perséfone, exhausta por el cansancio, la abrió y consumió 6 granos de los 12 que tenía.
De esta manera, cada año la joven estaría 6 meses en el mundo de los vivos, durante los cuales este florecería en vegetación y exuberancia, y otros tantos en el inframundo, durante los cuales su ausencia provocaría la tristeza de su madre, dando paso al otoño y el oscuro y frío invierno.
Se explicaba así el ciclo de la naturaleza, de los frutales y de los cultivos, del cambio de las estaciones y de los nuevos periodos de fertilidad.
Como apunte curioso a esta historia, tenemos que la adormidera (Papaver rhoeas), quedó como atributo de la diosa madre Deméter, por sus propiedades somníferas. Al ser un narcótico, un remedio para poder dormir, la diosa podía olvidar por un tiempo el rapto de su hija.
El mito puede entenderse también como la explicación del temor de las madres a perder a sus hijas e hijos al crecer. Al pasar esto, pues es ley de vida, se provoca un sentimiento de pena y de tristeza que coincide con la madurez, se trata de un otoño vital que pasará a ser invierno durante la vejez de las madres.
Y es en este período en el que se vuelven más frágiles y necesitadas, hasta que las hijas e hijos, nietos y nietas, retornan como Perséfone y su primavera para enriquecer sus vidas y hacerse de nuevo cargo de ellas.
Los antiguos griegos explicaban así el ciclo vital de la naturaleza y del ser humano. Todas estas historias nos acercan a cómo en los inicios de nuestra cultura occidental se explicaban aspectos de la vida social o individual en un mundo muy cercano a la naturaleza.
Hemos avanzado mucho desde entonces en cuantiosos aspectos, pero podría ser que por el camino también hayamos perdido parte de aquella ilusión y relación inocente de admiración y asombro que tenían los antiguos ante las maravillas de nuestro planeta.
Manel Vicente Espliguero
Paisajista