Como tradición para los más pequeños, en lugares como Bélgica, Dinamarca, Países Bajos y algunas regiones de Alemania y del norte de Francia, está la de recibir por navidad regalos en forma de dulces y de naranjas.
Esta costumbre arranca de antiguo. Se cuenta que, en la Europa del siglo XIX, los niños pobres soñaban durante todo el año en recibir por Navidad una naranja como regalo. Era una noche mágica en la que San Nicolás (que en holandés se llama Sinterklaas, nombre que los anglosajones transformaron en Santa Claus) y su ayudante (Zwarte Piet), Pedro el Negro, las repartían entre todos los que se habían portado bien. Muchos de estos pequeños ni siquiera sabían qué sabor tenía esta fruta dorada que llegaba de España.
El verdadero espíritu de la navidad en unos cuantos gajos de naranja
Hay una historia que se cuenta en Dinamarca en la que una pequeña recién llegada a un orfanato, ilusionada por la historia de Santa y de sus maravillosas naranjas, bajó por la noche a los pies del árbol de la sala de estar para ser la primera en verlas. Descubierta por un director obsesionado por la disciplina y las normas, fue castigada a no recibir su regalo al día siguiente. Desconsolada, su llanto fue audible para todos sus compañeros, que se despertaron. A la mañana siguiente, entraron en el dormitorio y, envuelta en una servilleta, le ofrecieron una naranja ya pelada. Cada uno le había regalado un gajo de la suya… Es una historia bonita que ayuda a entender el verdadero espíritu de la Navidad.
El viaje de la naranja desde la antigua China hasta la cultura centroeuropea y San Nicolás
Es curioso que una fruta originaria de la China tenga esta influencia en la cultura centroeuropea. ¿Cuál debe ser la explicación? ¿Qué relación guardan nuestras naranjas y la tradición navideña de estos países? Vamos a repasar algunos datos e historias de este fruto para ver si reconstruimos la trama.
Se cuenta que Alejandro Magno vio los primeros cítricos cultivados en la región de Media: los cidros. La sociedad griega de entonces los comenzó a valorar, llegando a occidente su cultivo hacia el 300 a.C. Su nombre en latín los relaciona con los medas y los persas: Citrus medica. Se trata de un agrio de una piel extremadamente aromática que se utiliza en perfumería, licorería, mermeladas y confitería. Teofrasto, filósofo y botánico griego, lo cita en su ‘De historia plantarum’.
Roma acabó conquistando la culta Grecia y asimilando a sus dioses, mitos, costumbres y ciencia. Hay que decir que en el siglo II en los banquetes de los patricios romanos se podían encontrar estos frutos exóticos en forma de confitura.
De esta manera, el occidente más cálido se abrió a los cítricos y siglos más tarde, ya en el VII, en los reinos del Al-Ándalus se cultivarían naranjas de la mano y de las azadas de los árabes. Habían importado estos árboles desde las lejanas tierras de la India. Fueron ellos quienes le dieron el nombre de ‘naranch’ traduciendo el ‘narang’ persa asignado a esta planta y a su fruto.
El aire de sus campos se llenó del aroma del azahar y se comenzó a gestar la admiración de los pueblos de más allá de los Pirineos por la riqueza y bondad de la naturaleza de estos paisajes. Los limoneros llegarían más tarde a la península, entre los años 1.000 y 1.200. Los jardines con naranjos amargos, que eran las naranjas de entonces (Citrus aurantium), se popularizaron en Europa desde el siglo XVI iniciándose a la vez, por ser un clima frío para esta planta, la construcción de las llamadas ‘Orangerie’, unas edificaciones en las que los naranjos podrían resguardarse del invierno. Así el cultivo de estas especies y el consumo de sus frutos se reservó a los más ricos y a la aristocracia, siendo para la mayoría un lujo inalcanzable. Eran tiempos en los que las riquezas y el poder se asociaban al imperio español. Un territorio extendido por todos los continentes conocidos hasta entonces que comprendía también la ciudad de Bari en la que estaba enterrado el Santo de la Navidad. Desde la Corte de las Españas se marcaba la política, la ciencia, la moda… y si las naranjas eran una exquisitez, no podían venir de ningún otro lugar.
Entre las gentes sencillas se extendió la devoción al ‘santo español’, pues ayudaba a los pobres sin ser visto. Hay una historia que afirma que San Nicolás de Bari para no ser descubierto y poder ayudar a un padre y a sus tres hijas rescatándolas de la prostitución con la que sobrevivían, dejó caer unas monedas de oro desde el tejado a través de la chimenea, y estas cayeron milagrosamente en las medias o calcetines que se secaban al calor del rescoldo del hogar.
En el siglo XV, el naranjo dulce (Citrus sinensis), origen del fruto que hoy consumimos, llegó desde la China al sur de Europa de una manera que se desconoce. No se sabe si fue a principios de siglo que llegaron los árboles gracias al comercio de los genoveses a través de la ruta de la Seda o si fueron los portugueses quienes a finales del mismo siglo los pudieron introducir desde las Indias Orientales y a la China, después de cruzar el Cabo de Buena Esperanza.
En el siglo XVI, Andrés Navagero, embajador de la República de Venecia, después de un viaje por España, escribirá sobre las excelencias de los jardines de Sevilla y de los grandísimos beneficios de sus naranjos. En esta época, el cultivo del naranjo dulce comienza a explotarse de manera comercial. En Amberes se publican varios tratados sobre el cultivo de esta planta y las variedades existentes. A finales del siglo XVI se conoce su singularidad y valor entre los médicos, científicos y botánicos de los Países Bajos y de otros países del norte de Europa.
Durante el siglo XVIII la producción de la naranja dulce se va extendiendo por la península: se cultivará así en Valencia, Castellón… y en 1788 ya se exporta en grandes cantidades a los puertos del sur de Francia. Las ciudades costeras inglesas y del norte de Europa no accederán a este comercio hasta 1850, gracias al transporte rápido y seguro de los barcos de vapor.
A través de todos estos hechos se fue asentando esta tradición navideña que vincula a San Nicolás con la apreciada y exótica naranja. En fechas tan señaladas de alegría compartida y de obsequios, San Nicolás llega a los puertos de los Países Bajos y de otras regiones del norte de Europa en un barco de vapor y desde los tejados reparte a todos los pequeños sus riquezas: caramelos y naranjas dulces entre el 5 y el 6 de diciembre.
La naranja como símbolo religioso, representando el mundo
Para acabar de redactar costumbres relacionadas con nuestras naranjas, quiero contar que en Moravia (Alemania) se inició el hecho de adornar estas frutas con una vela y una cinta roja. Esta tradición se conoce con el nombre de ‘Christingle’ y tiene un significado religioso. La fruta es el mundo, la vela encendida representa a Jesús, Luz que nos ilumina, y la cinta roja, la sangre que el Salvador derramará por la humanidad. A finales de los años 60 en Inglaterra se añadirían cuatro palillos clavados de manera vertical con frutas escarchadas en su extremo. Estas frutas simbolizan los frutos de las cuatro estaciones del año. Esta costumbre tan simbólica que se practica durante el adviento, arranca a mediados del siglo XVIII.
Como podemos ver, encontrar los orígenes de nuestras tradiciones y la simbología religiosa de nuestras prácticas de celebración de la Navidad puede ser complicado e incluso poco racional, pero creo que esto importa poco, porque son costumbres que nos deben ayudar a encontrar el verdadero sentido de estas fiestas, que son momentos de paz y de alegría compartida. Como creyente pienso que las tradiciones son siempre bienvenidas si son un impulso para abrir nuestro corazón a los demás. Me gusta ver que, durante estos días, las naranjas adornadas pueden ser un despertador para cumplir el propósito de mejorar y de intentar que, entre todos, este mundo en el que vivimos sea un poco más justo.
¡Os deseo a todos y todas una Santa y feliz Navidad!
Manel Vicente Espliguero
Paisajista