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Entender el lenguaje de los cielos

 

A principios de agosto, tuve la oportunidad de subir al Carlit, una montaña en el Pirineo francés que se eleva casi hasta los tres mil metros (2.921 m). Dejamos el coche cerca de Porté-Puymorens y pasamos por diversos lagos como el Passet, Font Viva y Coma d’Orlu antes de subir a nuestro pico por su cara oeste. Para mí, supuso un gran esfuerzo, pues al finalizar el día, mi móvil marcaba que había recorrido 25 km y acumulado 1.200 m de desnivel. Acabé muy cansado, pero valió la pena; fue un descanso absoluto para la mente y ¡un disfrute de la naturaleza!

La excursión tenía unos condicionantes de partida que son básicos a considerar siempre que se sale a la montaña. Sabíamos que, a partir de la tarde, se formaría una tormenta, fruto de la entrada de un frente frío, y estaba previsto que fuera extensa y potente. El pacto era que, si no estaba claro, daríamos marcha atrás y volveríamos al coche. Con las fotos que iba haciendo de plantas, montañas y paisajes, tenía más que suficiente y, aprovechando aquella circunstancia, también tenía una tarea adicional: buscar indicios de la posible tormenta y preguntar a mis acompañantes, gente experimentada en muchas ascensiones, sobre ellos y su evolución hasta desencadenar el anunciado aguacero.

Es importante aprender los cambios de tiempo en la montaña

Aquello fue, en realidad, una buena oportunidad para aprender sobre cambios de tiempo en la montaña, para analizar momentos relacionados con la meteorología y así disfrutar de las cumbres y del paisaje de una manera más prudente y segura. ¡Quería entender el lenguaje de los cielos!

Para poder explicar lo que, durante aquella jornada y otras posteriores, fui construyendo como mi experiencia de las nubes y las tormentas, quiero empezar con una introducción.

Las nubes: Su clasificación y combinatoria

El primero que intentó clasificar las nubes por sus formas y así relacionarlas con las lluvias, el granizo y la nieve fue un científico inglés llamado Robert Hooke, ¡y lo hizo en 1665! Con la fecha ya se ve que llevamos tiempo dándole vueltas a estos temas. Al bueno de Robert no se le hizo mucho caso. Pasó tiempo hasta que, en el Londres del año 1802, un farmacéutico inglés llamado Luke Howard, en una conferencia para una treintena de personas titulada ‘Sobre las modificaciones de las nubes’, expuso su interesante clasificación en tres tipos básicos y sus posibles combinaciones. Llamó la atención por lo sencillo y, a la vez, evidente y práctico de su propuesta. A todas las nubes las bautizó con nombres en latín, ayudando así a que se adoptase esta nomenclatura en muchos países.

Llamó ‘Cirrus’ (fibra, pelo) a las nubes fibrosas muy altas; ‘Cumulus’ (montón, acumulación) a las nubes gordas, borreguiles; ‘Stratus’ (capa, estrato) a las que tienen forma de mantos. Las combinaciones por parejas de las anteriores se llamarían ‘Cirro-cumulus’, ‘Cirro-stratus’, ‘Cumulo-stratus’. Bautizó la combinación de las tres básicas con el nombre de ‘Nimbus’. Vemos así la fuente de inspiración de la marca de las famosas escobas voladoras que J. K. Rowling imaginó para las aventuras de sus célebres personajes.

A partir de las observaciones de Howard y mirando el aspecto de las nubes, se podía tener una idea aproximada del estado del cielo y de su inminente evolución.

Los factores que influyen en la formación de las nubes

La formación de las nubes dependía de las condiciones de temperatura, del contenido de humedad del aire y de la presión atmosférica. Howard señaló que las masas de aire más frías se contraen y así no pueden contener tanta agua en forma de vapor, por lo que este, asociado a las impurezas de la atmósfera, se condensa en pequeñas gotas de agua. Años después, en 1817, y con la ayuda de los pilotos de globos aerostáticos, asoció a su clasificación la altura a la que las nubes se desarrollaban.

Posteriormente, se acabaría de corregir su sistema y se añadirían nuevas tipologías. Actualmente, la Organización Mundial de Meteorología acepta 10 géneros básicos de nubes, que se pueden subdividir en unas 26 especies. También se aceptan dentro de esta clasificación variedades y particularidades.

En la montaña debemos desconfiar de las mañanas radiantes y tener opciones antes de salir

Ahora, visto este preámbulo importante, volvamos a nuestras montañas para aprender a captar los indicios del tiempo atmosférico, para poder interpretar el paisaje del cielo y anticiparnos a sus evoluciones.

Creo que lo más peligroso en la montaña, aparte de no ir bien equipado, es confiarse en el inicio de una mañana clara y soleada para entregarse a una larga excursión sin informarse de las predicciones del tiempo, sin tener localizados posibles refugios o pactar planes B en caso de incidencias o emergencias. Todos recordaremos lo que pasó un 30 de diciembre del 2000 en la montaña del Balandrau, donde un temporal previsto a media tarde se adelantó de manera repentina después de comenzar el día con una mañana de un sol espléndido. Después de unas horas de calma total, llegó un viento extremadamente fuerte que removió la nieve acumulada, anulando la visión a menos de un metro y reduciendo la temperatura de manera extrema. A este fenómeno, en el Pirineo catalán, se le llama ‘torb’. Aquel día murieron 10 montañeros en una zona muy fácil para la práctica de este deporte.

En verano hay que prestar atención a las nubes de desarrollo vertical y a las nubes grises gigantescas (cumulonimbos)

La experiencia nos enseña que en verano debemos estar atentos a las nubes de desarrollo vertical, es decir, las que pueden crecer de abajo a arriba. La entrada de aire frío por la llegada de un frente o la existencia de corrientes de aire cálido (las llamadas térmicas que utilizan los buitres o los practicantes del vuelo sin motor) empujan el aire hacia arriba, creando corrientes ascendentes que, al llegar a capas frías y contraerse, expulsan el vapor de agua que contienen y este se condensa en pequeñas gotas de agua. Aparecen así, en un día despejado, las primeras nubes ‘Cumulus humilis’, aquellas que parecen de algodón y se desplazan a poca altura. Verlas al mediodía significa que no habrá más nubosidad y que tendremos buen tiempo.

Esta era mi pregunta: ¿Cómo sé si evolucionan o no a un aviso de tormenta o de lluvia? ¿Cuáles son los indicios? Y, finalmente, ¿Cuánto tiempo nos queda para un cambio meteorológico? La respuesta era que, si durante esa misma mañana localizaba en el horizonte más cercano ‘Cumulus mediocris’ (nubes que tienen la base gris y que podemos ver crecer en altura en cuestión de minutos), se trataba de un aviso, puesto que en unas horas podríamos ver que se fijan cubriendo el cielo en una gran nube, es decir, que evolucionan a un ‘Cumulus congestus’. A partir de aquí, en menos de una hora, tendremos lluvia.

Bajo el gris de las nubes y de su corriente de agua, es difícil ver cómo son sus partes más altas. Si alcanzamos a ver que estas siluetas están bien definidas y presentan curvaturas, estamos bajo un ‘cumulus’ de lluvia, pero si en las alturas divisamos contornos poco nítidos de texturas fibrosas o estriadas, se trata de una nube peligrosa, una nube tormentosa con aparato eléctrico y con granizo.

Estas nubes son los ‘Cumulonimbus’ y son nubes gigantescas que pueden tener más de 1 km de diámetro y 12 o 13 km de altura. Como se elevan tanto, el aire caliente llega a la troposfera y se enfría de manera repentina. En las alturas, la nube se estira en horizontal sin pasar de este límite y se produce una forma como de yunque; además, los vientos más altos difuminan sus límites. En estas formaciones, los movimientos de aire internos son muy violentos. El vapor de agua se condensa y se hiela en diferentes ascensos y descensos, produciéndose un caos interior de granizo y pedrisco que, debido a su roce, se carga electrostáticamente. Se producen así las descargas eléctricas que todos conocemos como rayos y que detectamos por los relámpagos.

El poder de las tormentas eléctricas en la experiencia de una parapentista

Una tormenta eléctrica en la montaña es peligrosa. La descarga de energía de un rayo es enorme y el ruido que provoca es brutal. El trueno es la onda sonora producida por la dilatación del aire (que se calienta a más de 28.000 ºC por donde pasa el rayo) y su brusca compresión al encontrarse en un medio frío (con temperaturas por debajo de los 0 ºC).

Investigando cómo se comportan estas enormes nubes, descubrí que, un 17 de febrero de 2007, la parapentista Ewa Wiśnierska quedó absorbida por las potentes térmicas de una de ellas, de unos 20 km de diámetro. Ewa se desmayó en el interior de la nube y, gracias a esto, sobrevivió, tanto al frío extremo como a las fuertes velocidades de las corrientes de aire, el granizo y la falta de oxígeno que hay a los 9.946 m de altura a los que llegó. Tuvo la suerte de que ningún rayo la alcanzara y de que recuperara el conocimiento para poder aterrizar a duras penas después de 3 horas y media de estar engullida por el ‘Cumulonimbus’.

El final con rayos y truenos de nuestra excursión y la llegada de los arreboles anaranjados

Al final, a media tarde y ya de vuelta, nos sorprendió una buena tormenta de agua, con granizo, rayos, relámpagos y truenos. Afortunadamente, nos pudimos resguardar en el refugio de La Maison des Ingenieurs, mientras esperábamos su final durante más de una hora.

Al atardecer, y ya desde las ventanas de nuestro albergue de descanso, aparecieron en el horizonte unas nubes llamadas arreboles. Estas tienen unas tonalidades anaranjadas o rojizas; el sol las ilumina desde abajo al ponerse. Son ‘stratocumulus’ que indican que el frente se aleja y que durante la noche el cielo estará sereno. Ya lo dice el refrán: ‘A la noche, arreboles; a la mañana, habrá soles’. Si estas nubes hubieran aparecido después de un día o noche de bonanza, marcarían un cambio de tiempo a un nuevo frente de inestabilidad. ‘Arreboles al anochecer, agua al amanecer’.

Epílogo: Loco por las nubes

Cuando empecé a aficionarme a la fotografía, prefería la luz de los días claros y soleados para capturar mis paisajes, pero llevo tiempo comprobando el atractivo que los cielos aportan: las sombras y los claroscuros que unos ‘cumulus’ pueden producir, la espectacularidad de los ‘stratus’ que ofrecen movimiento y, en ocasiones, hasta vértigo a la escena, sobre todo si esta es de montaña o marina, y también los colores de los arreboles tiñendo todo de un aura mágica…

No dejéis de mirar al cielo, observad, contemplad, disfrutad y aprended.

¡Feliz final de verano!

Manel Vicente Espliguero

Paisajista

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