Un paseo por los jardines del Renacimiento de la mano de Catalina de Médici

El castillo de las Damas Nos hallamos en pleno apogeo del Renacimiento y en un lugar privilegiado, el Valle del Loira. Acaba de fallecer su marido, el rey, y Catalina, su viuda, consigue que Diana de Poitiers, la educadora de sus hijos y amante de su esposo, abandone la Corte y le devuelva el castillo de Chenonceau que el difunto le había regalado. Después de aquello, Diana, la influyente duquesa de Valentinois y de Étampes, quedaría relegada al olvido. Derrotada por su rival, moriría de una anemia en su castillo d’Anet. En su obsesión por mantener su belleza y evitar que su piel reflejara el paso de los años, llegó a intoxicarse por sus ingestas de oro líquido. Curiosamente, en el maravilloso conjunto de Chenonceau, con sus edificios y jardines, estas dos mujeres dotadas de carácter y vitalidad, quedarían emparejadas para siempre en el lugar que ha pasado a la posteridad como el ‘Castillo de las Damas’. A partir de entonces Catalina, madre del nuevo rey Francisco II, reformaría y ampliaría el castillo de Chenonceau, interviniendo en los diseños del edificio y en los trazados de sus jardines. Remozó en un fresco estilo renacentista el que llegaría a ser unos de los espacios más originales y sorprendentes del Valle del Loira. Y es que Catalina de Médici llevaba el renacimiento en su sangre. El periplo de Catalina de Médici Catalina era hija única de Lorenzo II, señor de Florencia, y de Magdalena, la condesa de Auvernia. A los pocos días de nacer, quedó huérfana de los dos y durante sus primeros años de vida fue recogida por familiares cercanos al matrimonio y también, en momentos de conspiraciones y derrotas de los Médici, protegida por la iglesia en algunos de sus conventos. En 1530, el papa Clemente VII, con la ayuda de las tropas imperiales de Carlos V, recupera para los Médici la ciudad de Florencia. La adolescente viaja a Roma para evitar su asesinato o ultraje por parte de las facciones opositoras. Buscará para ella un matrimonio de peso para ayudar a aumentar aún más el poder y la riqueza de la familia más poderosa de Europa de aquel entonces. En 1533, con 14 años, quedará casada con Enrique II que reinaría en Francia años más tarde. Catalina y su educación artística Nuestra joven reina había disfrutado del nuevo arte en los palacios y jardines de los Médici tanto en Florencia como en Roma. Durante sus últimos años en los Estados Pontificios, había podido admirar las obras de construcción de lo que más tarde se conocería como Villa Madama y de sus novedosos jardines formales. Este palacio de Clemente VII fue diseñado por Rafael Sanzio y, su construcción, liderada por uno de sus discípulos. En su jardín se encontraba la Fuente del Elefante que, diseñada por Giovanni da Urdine, rememoraba el singular paquidermo albino que el rey de Portugal le había regalado al papa anterior. Como parte de su educación artística y estética, y para ser aceptada en las mejores cortes de Europa, Catalina se había formado en las postrimerías del ‘Cinquecento’ y en el desarrollo del ‘Manierismo’ conociendo obras de pintores, arquitectos y escultores del momento entre los que hay que citar a Miguel Ángel Buonarroti y a Bramante. En Francia, el rey Francisco I, humanista y mecenas, también instruyó a la joven reina, que a la sazón era descrita como delgada, baja y de ojos saltones, como todos los Médici, pero de carácter firme y decidido, inteligente, y dotada de una gran visión de estado que muchas veces no pudo aplicar por las circunstancias de la época y los intereses y cerrazón de los poderes contemporáneos. Catalina y su legado a través de proyectos arquitectónicos y paisajísticos Catalina se abrió al desarrollo de un Renacimiento propio, más francés, de la mano de artistas del país, de italianos y flamencos, que buscaba más luz, más realismo y profusión de estatuas y ornamentos en edificios y espacios. Supo sumar las propuestas de la escuela artística de Fontainebleau a su base italiana. Enamorada de su malogrado marido, muerto a consecuencia de las heridas recibidas en la cabeza durante la celebración de una justa, Catalina se dispuso a inmortalizar su memoria y a engrandecer la dinastía Valois a través de una serie de costosos proyectos arquitectónicos y paisajísticos. Como afirma el historiador francés del arte Jean Pierre Babelon, «estuvo impulsada por la pasión de la construcción y el deseo de legar grandes logros tras su muerte». Intervino en la remodelación de los castillos de Montceaux-en-Brie, Saint-Maur-des-Fossés, en París ordenó construir el ‘Hôtel de la Reine’ y también el conocido palacio y los jardines de las Tullerías. Los maravillosos jardines del castillo de Chenonceau En Chenonceau, Catalina gastó grandes sumas de dinero para engrandecer los edificios y sus dependencias. Se atribuye a Bullant la construcción de dos galerías renacentistas sobre el puente que ya existía de Philibert de l’Orme. Son dos extensiones adosadas al conjunto que se reformó para Diana. Las decoraciones muestran la fantasía de su estilo tardío: tejados negros de pizarras sobre fachadas de piedra clara dotadas de una equilibrada y rítmica profusión de ventanales y de balconadas para dar entrada a la luz en un edificio que parece flotar sobre su imagen en el azul del río Cher. jardin castillo Chenonceau Catalina amaba los jardines y generalmente conciliaba en ellos muchos negocios y pactos. Los jardines de Chenonceau se utilizaron para celebrar los tratados de paz de la segunda guerra de religión. Aquí también se casó su hijo Francisco II con María Estuardo, reina de Escocia. Sus jardines tenían flores, frutas y verduras consideradas exóticas en aquel entonces, como los melones y las alcachofas. A parte de la granja o zona de producción de flores, plantas y de gran parte de las viandas del Palacio, se organizaron en la zona de descanso y paseo de la reina cascadas, aviarios y un zoológico, con árboles de morera para tener gusanos de seda. Se acondicionaron también tres grandes parques, dos de los cuales estaban construidos en unas superficies elevadas sobre el río para evitar sus crecidas. A una de estas terrazas, rodeada de defensas de piedra, canales y agua por sus cuatro lados, se llega a través de la cancillería que tiene un embarcadero para poder navegar por el río. Construida por Pacello de Mercoliano bajo las órdenes de la primera propietaria, se la conoce como el Jardín de Diana. La otra terraza ajardinada, el jardín de Catalina, está rodeada de canales por tres de sus lados y, por el último, separado del campo gracias a un muro cubierto de trepadoras. Tiene un aspecto más íntimo y recogido, sus parterres de flores y arbustivas recortadas se disponen alrededor de un estanque central y es de extensión más reducida. La tercera zona ajardinada era un laberinto, un elemento de gran contenido simbólico que, construido a partir de elementos vegetales, se extenderían desde las repúblicas italianas por toda Europa. El actual tiene una gran superficie, llega a los 10.000 m2 y recupera el que existió en tiempos de Catalina a partir de más de 2.000 tejos recortados. El centro está elevado para que, una vez alcanzado, se pueda gozar de su diseño y de las evoluciones y juegos que en busca de su centro se producen. Hoy en día, miles de visitantes gozan de las vistas, de los colores, de la elegancia y tranquilidad de los diseños de estos jardines. El jardinero Mayor de Chenonceau, un estadounidense llamado Nicholas Tomlan, se encarga del mantenimiento de este espacio y de reproducir los monumentos y las preparaciones de flor cortada sobre la misma base de musgo, tierra y arcilla que ya se practicaban en el palacio durante el Renacimiento. Después de pasearnos calmadamente por los jardines imaginados por ella, podríamos decir que Catalina, mujer, madre y reina, fue una de las grandes inspiradoras de la potente revolución jardinera y paisajística que posteriormente se daría en Francia y que, a partir de aquí, se exportaría a toda Europa. Manel Vicente Espliguero Paisajista

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