Los jardines vivos de la Permacultura
En el mundo actual tan diverso y complejo en muchos aspectos, existen también voces alternativas en la agricultura y horticultura actual, que abogan por su integración en las capacidades de la naturaleza y por el respeto del entorno.
Como en otros aspectos, para entender su esencia y filosofía, debemos remontarnos hasta sus orígenes, en la Inglaterra del Brexit entre los siglos XVIII y XIX. Allí se desarrolló una de las agriculturas más avanzadas de Europa, donde entre otros logros, consiguió que sus rendimientos aumentaran un 90%. Todos los países, incluida España, fueron incorporando paulatinamente estos progresos.
Las aristas de esta revolución en la economía agraria del XVIII-XIX
El avance de la economía agraria, que parecía no tener límite, se basaba, por un lado, en la aplicación del sistema Norfolk en los campos y explotaciones inglesas, con la rotación de cultivos para evitar el barbecho y la estabulación del ganado. Por otro lado, se introdujeron nuevos cultivos forrajeros y se inició la mecanización de las tareas agrícolas. Paralelamente se desarrollaron productos químicos que, de una manera rápida, enriquecían la tierra y evitaban posibles enfermedades y plagas. Se comenzaron a descartar muchas variedades tradicionales por ser menos productivas y de lento crecimiento, potenciándose también aquellas de mejor mecanización.
El progreso agrario no era en absoluto sostenible
Sin embargo, este progreso no era sostenible. Y durante los años 70, algunos los especialistas comenzaron a ver que se trataba de un progreso ‘trampa’, esto es, limitado, de difícil mantenimiento y de consecuencias perjudiciales. Lo entenderemos con un ejemplo de la jardinería:
En nuestros jardines existen dos tipos de césped:
por un lado, el césped compuesto de numerosas variedades de plantas, de porte bajo, tanto de hoja estrecha como ancha. Todas estas especies están adaptadas y son propias de la zona, e incluso entre ellas se ayudan y se complementan. Son céspedes habituados al clima y al suelo, rústicos, sin grandes necesidades extras, y de sobras mantenidos con cuidados elementales.
por otro lado, están los céspedes suntuosos y de lujo, plantados a partir de un número muy limitado de especies y de un aspecto muy atractivo debido a su uniformidad. Son de rápido crecimiento, de un verde intenso, flexibles al tacto, pero muy vulnerables. Cualquier cambio atmosférico los estresa y los hace blanco de plagas y enfermedades. Necesitan horas de dedicación, grandes cantidades de agua, de muchos elementos minerales y de altas dosis de química para mantenerlos en un buen estado, ya que vienen de lejos, de otras condiciones climáticas.
El exceso de los químicos que necesitan los céspedes suntuosos altera las condiciones y los procesos naturales propias del suelo. Este desequilibrio y el desgaste de la tierra en los elementos que no podemos aportar provoca la depresión del césped y la aparición de muchas enfermedades y plagas que se van haciendo cada vez más fuertes en un medio hostil y degradado. Al final nos vemos obligados a comenzar con un césped nuevo que oculta durante un tiempo el problema de base, que es que estamos creando un sistema muy intervenido y dependiente, progresivamente empobrecido, lejos del equilibrio con la naturaleza y sus potencialidades.
Pues algo parecido ha ido pasando con la tierra y nuestros monocultivos. Cada vez nos vemos obligados a invertir más en recursos, química y energía para conseguir algún progreso o mantener los niveles productivos en un medio más empobrecido y alterado.
La Permacultura va más allá de un sistema de agricultura sostenible y permanente
Entre los que vieron las consecuencias negativas de todo esto estaban dos ecologistas australianos, Bill Mollison y David Holmgren. Propugnaban sistemas agrícolas estables y duraderos. Claramente preveían que la tierra quedaría exhausta e intoxicada, y defendían que se perdería la fertilidad del suelo y la pureza del agua. Avisaron seriamente sobre las consecuencias de la pérdida de la diversidad y del equilibrio con el entorno.
Frente a esto defendieron lo que bautizaron como la ‘permacultura’, que en principio era un sistema teórico y práctico de agricultura, ganadería y producción forestal a favor y siguiendo el ejemplo de la naturaleza. La Permacultura propugnaba un sistema sostenible, ‘permanente’.
Años después se convirtió en una filosofía, una manera de entender la vida y la relación con los demás y con el planeta. Agricultura, ingeniería, economía, educación, salud, política y sociedad, entre otros ámbitos, podían y debían ser sistemas equilibrados, sostenibles, estables y responsables de sus consecuencias futuras.
La sabiduría ancestral y tradicional, recuperada por la Permacultura
Se entiende que, centrándonos en la agricultura, la horticultura y la jardinería, se busquen prácticas sostenibles, de mínima inversión, y que se rescaten conocimientos ancestrales o tradicionales que conservaban la experiencia de numerosas generaciones por adaptarse a las condiciones del entorno. Sabiduría que se abandonó por una modernidad que focalizaba los resultados inmediatos aislando procesos, campos, bosques y jardines de las fuerzas y ser de la naturaleza.
En su adaptación al medio nuestros mayores se regían por la influencia de la luna, de los planetas y de las constelaciones en los procesos relacionados con la naturaleza. Nuestros antepasados decían que las buenas semillas tenían memoria, que era su manera de expresar que procedían del medio en el que se plantaban y estaban adaptadas a las condiciones ambientales de la región, y no unas recién llegadas sin capacidad de respuesta al entorno.
La Permacultura rechaza las podas ornamentales o caprichosas
En jardinería, la permacultura defiende, entre otras cosas, el uso de especies autóctonas, que se complementen, que formen un sistema arbóreo, arbustivo y herbáceo equilibrado. Para ello es necesario acertar con las especies, adaptarse a las condiciones micro ambientales y a las disponibilidades de agua y de las características meteorológicas del entorno. Se propone el uso de prácticas de mantenimiento no agresivas, respetuosas con las características y forma de ser de las plantas, evitando las podas ornamentales o caprichosas. En la filosofía de la Permacultura, siempre menos es más.
La Permacultura busca el equilibrio entre animales y plantas
La Permacultura penaliza la aplicación de fertilizantes químicos y del uso de fitosanitarios para evitar la contaminación y las toxicidades del suelo y del agua y pregona el uso de energías renovables y de sistemas que optimicen los recursos naturales. También anima a diseñar los espacios verdes y los jardines potenciando las relaciones de equilibrio entre los elementos vegetales y el componente animal, comprendiendo aquí microfauna, insectos y otros artrópodos, y también la fauna superior, constituida a partir de pequeños mamíferos, aves y reptiles.
Esto es lo que los jardineros tradicionales llaman ‘jardines vivos’, jardines donde nos visitan los pájaros, llenan el aire con sus cantos, donde las mariposas dan color a los parterres, las abejas recalan en nuestras flores y las ardillas bajan a recoger bellotas del suelo. En este espacio, no hay nada extraño ni tóxico en el ambiente ni en el jardín, es un lugar donde la naturaleza nos acoge y da valor a nuestra presencia.
En la Permacultura el suelo es un elemento clave de todo el equilibrio
En la Permacultura, el suelo se convierte en un elemento clave en el que hay que potenciar la fertilidad a través del equilibrio del proceso de la formación del humus y de la mineralización. Por tanto, se recomienda el laboreo y la escarda racional, que sean las raíces de las mismas plantas y la microfauna las que ayuden a la conservación de la porosidad, la aireación, la conservación de la humedad y la regeneración de los elementos nutritivos.
También se potencian las micorrizas y los microorganismos efectivos, por ser hongos simbióticos y organismos beneficiosos que ayudan a las raíces y aportan fortaleza y sanidad a todo el sistema.
Como resumen podríamos decir que los jardines sostenibles y permanentes que propugna esta filosofía deben diseñarse y gestionarse desde una perspectiva integradora de todos los elementos que en él interactúan y siempre, siempre, aprendiendo de la naturaleza y en favor de ésta. Si somos conscientes de la fuerza de la naturaleza y en lugar de ir contra ella, la potenciamos, podremos volver a tener jardines vivos.
Manel Vicente Espliguero
Paisajista



