He pasado unos días en Madrid gozando de la sabiduría de Claire Atger, una consultora e investigadora en materia vegetal. Han sido tres días intensos en los viveros del ayuntamiento de esta gran ciudad y en el Parque del Oeste, en los que hemos hablado de crecimientos, de los fitómeros como unidad repetitiva que se da en las plantas, de estructuras de ramas, de raíces, y sobre todo, de cómo leer el comportamiento de los árboles en la naturaleza para saber cuidar nuestros árboles de ciudad.
El apacible Parque del Oeste con su templo egipcio de Debod
He disfrutado mucho del curso y además en un entorno que valía la pena. El Parque del Oeste es conocido por su preciosa y completa rosaleda y por albergar el templo egipcio de Debod, un monumento que quedaba cubierto por las aguas de la presa de Asuán, y que fue un regalo de Egipto a España en 1968 para agradecer su ayuda para salvar los templos de Nubia y sobre todo el de Abu Simbel. Este templo es muy reconocible por aparecer en películas como Muerte en el Nilo y el Regreso de la Momia.
A mi llegada, el parque comenzaba a mostrar la llegada del otoño. En las noticias de uno de los autobuses públicos que llegan al lugar, se anunciaba que el nombre de otoño proviene del dios egipcio ‘Atum’ que simboliza «el sol que se oculta en la tierra». Es un mensaje poético y bien traído a colación con el sitio y el momento, pero prefiero quedarme con el origen latino de la palabra de esta estación —Autumnus— que hace referencia a la culminación del año romano o con sus connotaciones etruscas que aluden a que la vegetación ya está al final de su ciclo.
El otoño produce un inmediato vuelco en los colores de la naturaleza
A pesar de las altas temperaturas para octubre, basta una semana de más frío y de lluvias para que se produzca un vuelco en la tonalidad de nuestros árboles de ciudad. En el campo y la montaña ya hace días que los colores están cambiando.
Se produce toda una gama de colores cálidos que embellecen nuestros paisajes, provocada por la retirada de la clorofila de las hojas. Los pigmentos que permanecen y que estaban ocultos por los primeros durante la primavera y el verano son ahora los protagonistas. Una enorme colección de marrones, pardos, naranjas, rojos y amarillos se presenta ante nuestros ojos.
El apasionante reflejo de la luz en las hojas de los árboles
Sabemos que la luz natural es aditiva, es decir, que sumada o superponiendo todos sus haces resulta blanca y que el color de las cosas y, por tanto, el de las hojas, se corresponde con aquellas luces que no se absorben o, dicho de otro modo, con aquellas longitudes de onda que las hojas no saben aprovechar y reflejan.
Así, nos choca saber que los pigmentos de clorofila no aprovechan la luz verde-verde, la luz de longitud de onda que va desde los 497 nm a los 570 nm. ¡La clorofila es una especialista en luces azul verdosas y rojas! Son dos bandas de longitudes de onda del espectro visible, una situada en la zona baja y la otra en la zona alta. Sabemos que nuestro ojo no puede ver ni los ultravioletas, por debajo de 380 nm, ni los infrarrojos, que tienen un valor de longitud de onda de 850 nm.
Así, los árboles de hojas amarillas en otoño como los chopos, los tilos, las moreras, los arces campestres, el orón, los ginkgos, el jabonero de la China (Koelreuteria paniculata), etc. reflejan luces que están entre los 570 nm y los 581 nm. En estas hojas dominan las xantofilas, pigmentos que durante los meses de calor también están activos, aunque quedan enmascarados por el verde de la clorofila, para ayudar a absorber la parte de luz a la que no llega nuestro pigmento más conocido. Las xantofilas son las responsables de absorber la luz violeta y azul.
Los plátanos, robles, cerezos, castaños de Indias quedan teñidos de marrón y reflejan las luces de la parte alta del espectro visible. Podríamos decir que los carotenos absorben la luz azul y verde. Cuando están mezclados con la clorofila la protegen del exceso de esta luz tan habitual en verano, pues entonces el sol incide en la atmósfera de manera más directa y hay menos difusión.
El arce de Montpelier, el liquidámbar, la viña americana, botoneros, los arces blancos se quedan bien rojos al rechazar la luz de 618 nm a 780 nm. Es conocido el permanente granate del jazmín de leche durante todo el invierno. En estos casos, sus pigmentos, las antocianinas, absorben la luz violeta, azul y verde azulada. Aprovecho para señalar que los otoños secos y luminosos dan árboles más rojos, pues este fenómeno se relaciona con la producción de más pigmentos y de los azúcares que estos necesitan.
Las hojas atrapan la luz solar, hasta que ello toma demasiada energía
Podemos descubrir que las hojas son unas estructuras extremadamente eficientes en la captura de la luz solar. Los diversos pigmentos contenidos en los cloroplastos atrapan la energía luminosa al excitarse sus moléculas por la absorción de los fotones de las diferentes longitudes de onda. Es el inicio del milagro de la fotosíntesis, la clave de la vida en nuestro planeta.
En otoño es el momento en que, como estamos comprobando estos días, las temperaturas empiezan a bajar. La energía solar absorbida en nuestras latitudes es menor, los días son cada vez más cortos y el sol al mediodía empieza a verse más bajo. También es cierto que sus rayos al atravesar una atmósfera más extensa pierden parte las longitudes de onda más cortas, (la porción violeta y azul) y la luz es más rojiza y menos energética. Este fenómeno se hace extremo en los colores rojo y naranja del amanecer y del atardecer, donde casi toda la luz azul ha sido difundida. En esta época los pigmentos de clorofila, que continuamente deben ser sustituidos, pues se desgastan muy rápido, ya no son tan eficientes y entonces la planta decide dejar de producirlos para ahorrar en energía.
Es entonces, mientras la hoja sigue viva, que toman protagonismo los pigmentos del otoño. Estos además de adaptarse a las condiciones de la luz otoñal, sirven para proteger las hojas del frío, son colores repelentes de insectos y sirven para alargar la operatividad de la hoja.
La maravillosa capacidad adaptativa de la naturaleza
Es admirable cómo la naturaleza sabe combinar la funcionalidad y la belleza, la biología y la estética, la ciencia y la poesía. Cada día que pasa estoy más convencido de que muchas de las soluciones a los retos de nuestra sociedad actual vendrán del conocimiento e imitación de los procesos y adaptaciones que realiza la naturaleza. Observar, admirar y aprender de la realidad ambiental que nos envuelve es clave en una sociedad que se está abriendo de una manera tan alarmante a la realidad tecnológica y virtual, dejando de mirar a su alrededor.
Manel Vicente Espliguero
Paisajista