Recuerdo hace unos años, ser invitado, junto con otras familias, a la casa de unos amigos en Córdoba, a cenar, y luego tomar un finito y disfrutar de una tertulia musical, ya que un amigo de los anfitriones iba a traer dos guitarras y nos iba a enseñar lo más básico de los palos del flamenco.
El lugar era un coqueto patio andaluz, antiguo y de planta casi cuadrada, lo que le confería un aspecto muy acogedor. Se había movido la vela que cubría el cielo del patio, recogiéndola. Un gran toldo blanco que en el sur también protege calles y plazas del sol durante las horas de más calor. Las ventanas del muro de la huerta y del corral estaban abiertas y corría aire hasta la puerta enrejada que daba a la calle. La frescura del último riego se hacía notar.
El suelo estaba empedrado, con guijos en negro y blanco, dibujando flores y formas heredadas de los antiguos árabes. Las plantas, alrededor de una fuente de pisos, recibían las salpicaduras del agua que rebotaban en los bordes de piedra de su plato más bajo. Unos hermosos jazmines perfumaban el espacio enredados en las columnas que rodeaban el patio. De las ventanas y balconadas interiores del primer piso, colgaban infinidad de macetas con flores de vivos colores y más arriba, nos envolvía un inmenso cielo estrellado.
De noche, nuestro jardín se transforma y sorprende los sentidos
El jardín y la noche son dos enamorados que se buscan para encontrarse al final del día lejos de los momentos atropellados de la jornada, de los ruidos y los calores, de las preocupaciones y las prisas.
Qué descanso cuando, a partir del atardecer, el tiempo se torna más lento y cedemos al descanso. Nuestros jardines son ocasión de sosiego, nos invitan a sentir la frescura de la hierba húmeda, el sonido de las fuentes o la intensidad de sus fragancias y olores. ¿Quién no se ha sorprendido por el aroma del galán de noche (Cestrum nocturnum), de las flores de los cítricos, el olor de las mentas, del espliego o del dondiego de noche (Mirabilis jalapa)?
El jardín y la noche han sido aliados desde siempre para disfrutar de buenos momentos
Un mobiliario cómodo, que permita el encuentro, la conversación y el reposo nos abre muchas posibilidades. Este espacio puede estar cubierto totalmente o no. De los anglosajones hemos copiado la palabra ‘chillout’, hoy en día tan de moda, para referirnos a este ambiente dentro del jardín en el que nos relajamos de una manera más intensa.
Los romanos acomodados tenían su comida más importante a últimas horas del día, después de la relajación en los baños y termas de la ciudad. Muchas de sus actividades se realizaban en el exterior. No es extraño por tanto que en castellano y en otros idiomas se hable del cenador del jardín como el lugar resguardado en el que podemos tener una mesa y sus sillas o butacones para compartir encuentros y veladas.
Qué bien sienta regalarse un poco de fruta fresca, o apagar nuestra sed con alguna bebida fría. Por eso, en muchos de nuestros patios y jardines, por tradiciones heredadas, podemos encontrar botijos, porrones, jarros o bernegales. Seguro que más de uno ha hecho postres alrededor de una fuente de higos recién salidos de la nevera y un buen vino blanco de Rueda, o de garnacha del Empordà o un buen picapoll de Artés.
La conexión de la casa al jardín, un espacio especial, las luces del jardín, un punto de magia
Cuando este espacio protegido está unido a la vivienda, hablamos de soportal, pórtico o porche. Si se trata de un espacio de paso cubierto, ya sea por elementos arquitectónicos o por trepadoras tales como hiedra, rosales, jazmines, bignonias, redortas, ramos de novia o parras, en el mediterráneo hablamos de pérgolas. Las celosías y las espalderas también aportan un punto de sombra y de resguardo durante el día y de frescura por la noche.
La iluminación del jardín nos ofrece enormes posibilidades: luces indirectas, luces que cuelgan de árboles, focos tenues de luces cálidas que iluminan desde un punto discreto las rugosidades de las paredes, el paso, un escalón o plantas que sobresalen con sus formas de la oscuridad. La iluminación de las piscinas o estanques añade ese punto mágico a las veladas nocturnas de nuestros jardines.
Volvamos a la naturaleza y escuchemos sus infinitos matices
Insisto en volver a la naturaleza, en gozarla a pequeña y mayor escala, en refrenar nuestras actividades del día y recuperar momentos, sobre todo si son compartidos. Un jardín ayuda pero, como siempre, lo importante es la actitud. Es saber parar, respirar y descansar, y justo después aparecerán un sinfín de pequeños espectáculos a tu alrededor: salamanquesas cazando a la luz de un farol o el movimiento anárquico de pequeños haces de luz, diminutos en la noche, que son las luciérnagas que nos sorprendieron de chiquillos.
Los jardines por la noche nos permiten obsequiarnos con momentos para observar y para escuchar el silencio o, en momentos excepcionales, el sonido de una guitarra desgarrada, como aquel que pude compartir.
Manel Vicente Espliguero
Paisajista