Hace poco descubrí, leyendo a Santiago Beruete, que en el siglo XVI, el conde Ippolito Pongiluppi, en su residencia toscana de Fiésole, mandó construir un jardín de plantas venenosas. Sigo leyendo: ‘Este admirador de Paracelso y Hermes Trismegisto, plantó con empeño digno de mejor causa, la mayor colección de ponzoñas vegetales nunca vista en las terrazas escalonadas de su villa florentina’. Tanto es así, que se le acabó llamando ‘Il Mortifero’.
Imagino su intrigante papel en una Toscana convulsa a caballo entre dos épocas donde el cambio de mentalidad hacía abandonar el antiguo régimen y la gente saludaba a un nuevo tiempo lleno de oportunidades que habría de llamarse Renacimiento. Como en toda revolución, el poder también cambiaba de manos: las antiguas familias caían en el olvido y en el ostracismo, y otras se abrían camino a través de las finanzas, la política, la intriga, el arte o la religión. Entre las segundas, todos tenemos en la mente a los Medici y su gran habilidad para medrar y deshacerse de competidores y enemigos.
En este jardín venenoso crecía todo aquello que desde tiempos inmemoriales se había probado y experimentado que era peligroso para cualquier ser viviente. No conocemos quien fue el primero que a pesar de su desagradable olor, confirmara que las hojas del Conium maculatum eran extremadamente tóxicas. La sabiduría popular la bautizaría como cicuta o huelemanos.
Las plantas tóxicas o venenosas están a nuestro alrededor
Para encontrar plantas tóxicas o muy tóxicas no hace falta gastar una fortuna o realizar inversiones en largas y costosas expediciones, las tenemos casi todas doblando la esquina, al alcance de la mano. En cualquier paseo por la ciudad, el campo y la montaña, podemos encontrar estramonio, adelfa, eléboro, ruda, acónito, ajedrea, matalobo, adormidera, ajenjo, hiedra, ricino, tejo, sauco… ¡todas tóxicas y muchas de ellas mortales!
Ante este despliegue tan amenazador de la naturaleza que nos rodea, podríamos caer en una paranoia existencial e intentar vivir en un mundo aséptico. Hay muchas novelas y películas que nos sitúan en un escenario de estas características. Sería un gran error y también, creo yo, el inicio de nuestra desaparición como especie.
Las plantas tóxicas en realidad son beneficiosas
En la naturaleza, los componentes internos y las substancias que para nosotros pueden ser perjudiciales, son el resultado de millones de años en evolución. Tienen su sentido y finalidad en la línea de la supervivencia y la adaptabilidad al entorno. Sólo desde nuestro punto de vista quedan clasificadas como útiles y aprovechables o perjudiciales y peligrosas. Al final, que una planta sea tóxica o venenosa depende también del uso que se le dé y de la dosificación con la que se utilicen sus componentes. Por eso, podemos decir que la gran mayoría de estas plantas quedan enmarcadas en lo que llamamos plantas medicinales. Dioscórides, galeno romano que vivió entre el año 40 y el 90 de nuestra era, realizó la primera clasificación de las plantas en estos términos y la dejó para la posteridad en su obra ‘Materia médica’, un legado fundamental para la farmacología hasta la época de nuestro singular conde ‘il Mortifero’.
Como plantas tóxicas a las que podemos agradecer grandes servicios curativos, tendremos más de millar y medio. El doctor José Luís Berdonces recoge más de 1.300 en un volumen ilustrado que fue publicado en el 2009 donde también se recoge el nombre de fitoterapia como el uso de productos de origen vegetal con una finalidad terapéutica. Es una obra interesante en las que las nombra, las describe desde el punto de vista botánico, relata sus componentes, pigmentos, aceites esenciales, resinas, ácidos, alcaloides, principios amargos, alcoholes, gomas, taninos… Y apunta todos sus usos y aplicaciones. Hace años, visitando una librería, pasó por mis manos otra publicación parecida en la que incluso se recogía la historia de las intoxicaciones de estas plantas, y como se pudo, o se podía, haber solucionado desde el punto de vista clínico. Todavía hoy estoy intentando volver a encontrarla, arrepentido de no haberla comprado en su momento.
La fantástica vuelta de la herboristería a nuestras ciudades
Pienso que es muy interesante potenciar nuestro conocimiento sobre las propiedades medicinales de las plantas, mantener una cultura herbolaria que nos acerque a la naturaleza y a sus fantásticas posibilidades. Me alegra mucho ver que las herboristerías y sus productos, se van extendiendo por nuestras ciudades e regresando a nuestros hábitos, que los remedios de nuestras abuelas y abuelos están pasando a las nuevas generaciones.
Al menos en mi círculo familiar y de amistades es muy habitual oír de las propiedades del árnica para hacer gárgaras en infecciones de garganta, la utilización sedante de las infusiones de rooibos, de valeriana o de la flor del tilo; del uso del tomillo para la tonificación del estómago y el tratamiento de indigestiones, con permiso de su valor para aromatizar nuestros preparados de carne. En mis caminatas por las serranías siempre hay alguien que te señala el regaliz de montaña o apunta viendo las violetas florecidas, sus virtudes en el alivio de la tos seca. Y no puedo olvidar mencionar el extraordinario ejemplo del uso curativo de la corteza de ciertos árboles que han ayudado enormemente a la humanidad. Los compuestos del sauce blanco, Salix alba, dieron lugar a la síntesis del ácido acetilsalicílico, componente activo de la conocida aspirina.
La solución a muchas enfermedades actuales se encontrará en las plantas
Hoy en día, la medicina continúa trabajando con compuestos de plantas para dar solución a enfermedades que amenazan la salud de nuestra sociedad. Del cardo mariano (Sylibus marianus) se obtienen productos hepatoprotectores para enfermedades del hígado. Otro ejemplo es el trabajo con componentes del tejo (Taxus baccata), muy tóxico, para combatir diferentes tipos de cáncer. Para las cefaleas y migrañas que a tanta gente afecta e inutiliza, se investiga en compuestos de la migranella (Tanacetum parthenium). Se utilizan los flavonoides del Ginkgo biloba para el control de trastornos cognoscitivos. No es de extrañar que se diga que la solución del cáncer lo encontraremos en la Amazonia.
Jardines donde la belleza puede matar y también salvar
En el 2005 se inauguró en el castillo de Alnwick, al noroeste de Inglaterra, ‘The Poison Garden’ un vergel que alberga las plantas más venenosas del planeta. Aquí se han reunido muchas especies relacionadas con el folclore de la brujería, la magia negra y como no, hay también una gran colección de plantas alucinógenas y narcotizantes. El morbo y la curiosidad de pasear entre una belleza que puede matar, lo ha convertido en un polo de atracción turística.
Alnwick puede ser un jardín curioso o extravagante con sus avisos de precaución y sus calaveras, pero a la vez puede ser una llamada a la humanidad sobre las grandes e inmensas posibilidades que tenemos en el buen uso de la naturaleza, en la más cercana y, también por supuesto, en la que aún nos falta por descubrir.
Manel Vicente Espliguero
Paisajista