Al reencuentro con nuestra esencia, en comunión con la naturaleza

Recientemente estuve comiendo en casa de unos amigos, gente amable, rural, que viven muy cerca de la naturaleza en todos los sentidos, con una filosofía muy distinta de la compartida por la mayoría de la gente que reside en las ciudades rodeada de servicios y de tecnología. Seguro que, para muchos urbanitas, mis amigos de campo podrían parecer de otra época o de otro mundo. Estuvimos hablando de permacultura, de cómo desarrollar cultivos y huertos sostenibles, de plantas y personas en sinergia con las leyes de la naturaleza, de una filosofía de la vida. Cuando me invitan a comer, sé que estaré hasta bien entrado el atardecer; con ellos el tiempo fluye, pasa de una manera muy diferente. También hablamos de química, de venenos, del mal que nos estamos haciendo a nosotros mismos al intervenir en el equilibrio de la naturaleza —a cualquier nivel; ya sea en nuestros jardines, parques, huertos, campos de cultivo o espacios naturales—. En un momento, me hicieron detenerme a mirar cómo las abejas que pasaban por su casa se paraban a beber en el agua del cubo que habían utilizado para fregar el suelo del comedor. Observa, —me dijeron— no utilizamos químicos extraños y tóxicos, aquí todo lo que usamos para limpiar y desinfectar es natural, y por ello es reconocible por la propia naturaleza.     La tradición es un reflejo de la antigua comunión con la naturaleza Después estuve reflexionando sobre esta cultura de respeto al entorno y sobre el saber tradicional en comunión con los recursos naturales. Cómo la industrialización y el progreso nos alejan de la naturaleza, nos la esconden, y cómo al perderla, nos deshumanizamos. Por eso hoy me gustaría compartir con vosotros algunos retazos sobre remedios tradicionales para ayudar a las plantas de nuestros jardines y huertos, remedios que forman parte de estos conocimientos y de esta filosofía de vida. Digo filosofía porque el jardín y el huerto deben contemplarse como un ecosistema. Nuestras acciones, ya sean intervenciones manuales, cuidados, tratamientos o incluso el mismo acto de cosechar, deben ser una manera de mantener o de restaurar la armonía de ese espacio vivo.   Adaptación de las plantas al espacio: Fundamental para que crezcan fuertes y sanas Un primer punto para señalar es que, si nuestras plantas están sanas, ellas mismas repelerán los ataques de las plagas y las enfermedades. Escoger bien las variedades es un primer paso a tener en cuenta. Plantas adaptadas al tipo de tierra y a su pH es fundamental. Plantas de sombra para espacios sombríos y de sol para zonas bien iluminadas, conocer sus necesidades de agua y lo que se puede obtener de la meteorología es un buen punto de partida. El cómo las agrupemos, o cómo evitemos las interferencias y competencias, eliminarán su estrés y serán más fuertes y resistentes.     La calidad del agua: Importante para la efectividad de los tratamientos Un agua de calidad ayuda enormemente a la eficacia de los tratamientos. Primero hay que decir que las aguas con cal dificultan el éxito de los remedios, pues taponan los estomas de las plantas (esas micro ventanas de aireación que influyen en la absorción del agua y de los productos por las raíces y por las hojas). Evitemos también utilizar agua tratada con cloro, si la dejamos en reposo durante unas horas, éste se evapora y tendrá mejor calidad que la que acaba de salir del grifo. El agua de la lluvia puede utilizarse en los preparados para prevenir y sanar las plantas. El doctor Masaru Emoto, famoso por sus estudios sobre el agua, nos enseñó que ésta tiene memoria. Un agua bien tratada, al helarse cristaliza en unas estructuras muy ricas y complejas, y, por el contrario, si ha sufrido un proceso degenerativo o está contaminada, sus cristales son muy pobres, eso denota un agua enferma, sin muchos de sus beneficios.   Los preparados ecológicos: Remedios naturales para las plantas, la alternativa a los químicos Dentro de la tipología de los preparados tradicionales ecológicos tenemos las fermentaciones, las decocciones, las maceraciones y las infusiones.
  • Las fermentaciones consisten en poner en agua restos vegetales troceados. Sólo se necesita un contenedor que se pueda tapar, pero no herméticamente, colocado en un lugar sin demasiado calor y al abrigo del frío. El preparado se calienta internamente de manera natural, los microorganismos actúan degradando la materia orgánica en otros compuestos y si lo vamos removiendo para homogeneizar el contenido, podremos observar que, al cabo de unos 15 a 30 días, se dejarán de producir burbujas. El contenido se trasiega y se filtra a un nuevo recipiente. Como ejemplo, tenemos el extracto fermentado de ortiga (Urtiga dioica), al que si a los pocos días del proceso se le añade salvia (Salvia officinalis) u hojas de angélica (Angelica arcangelica), no tendrá un olor desagradable. Se utiliza para evitar la falta de hierro o clorosis, también para fertilizar y favorecer la fotosíntesis de las plantas. Otros ejemplos son los de consuelda (Symphytum officinalis) que favorece la maduración de los tomates, del apio y de las coles.
 
  • Las decocciones consisten en hervir las plantas que previamente se trocearon y se dejaron en remojo unas 24 horas. Según que especies deben tenerse en ebullición más o menos tiempo, pero siempre intentando que los vapores que se condensan en la tapa de nuestras cacerolas regresen al recipiente. Se deja enfriar y, una vez filtrado, se debe utilizar, ya que las decocciones no se pueden almacenar. Como ejemplos citaremos la del ajenjo o artemisa (Artemisia absinthium), la consuelda y la salvia. La cola de caballo (Equisetum arvense) tiene un efecto contra la monilia (hongo que momifica los frutos en el árbol), la roya y la conocida lepra del melocotonero. Se preparan 50 g en 5 litros de agua y se calienta durante 1 hora. Diluida al 20%, se aplica como prevención durante la primavera y el verano. Yo la he utilizado en céspedes con muy buenos resultados.
   
  • Las infusiones consisten en hervir plantas previamente troceadas. El proceso se detiene cuando el agua entra en ebullición. Se coloca una tapa y se deja enfriar. Se filtra y ya podemos utilizar nuestro caldo. Las infusiones van muy bien como insecticidas. Contra la mosca blanca y los pulgones se puede utilizar la infusión de consuelda. Se hierve durante 20 minutos en 1 litro de agua y una vez reposada durante 6 horas es muy efectiva. Las infusiones de lavanda alejan a muchos insectos.
 
  • Las maceraciones son extractos de productos vegetales en agua fría. Preparados que se dejan en reposo hasta 24 horas, después se filtran y se aplican puros sin diluir. Es la preparación más sencilla. Se utiliza, por ejemplo, el ruibarbo (Rheum rhaponticum), la capuchina (Tropaeolum majus), y la ortiga. No se pueden almacenar, ya que en seguida pierden sus propiedades. La ortiga macerada durante 12 horas (1kg por cada 10 litros de agua) se puede aplicar para repeler pulgones y ácaros. Los ajos macerados (100gr de dientes pelados y picados) en dos cucharadas de aceite de lino durante 24 horas, se aplican después de mezclar con 1 litro de agua de lluvia, removiendo muy bien y filtrando. Diluido el anterior preparado al 5% va muy bien contra el pulgón, los ácaros y la mosca de la cebolla. Para frenar a las babosas, ratones de campo, gatos y moscas, se utiliza la maceración de la ruda (Ruta graveolens).
  Como podemos ver, se pueden utilizar productos naturales y de fácil elaboración para prevenir y cuidar nuestras plantas y cultivos. La obtención de los caldos, su aplicación, el seguimiento de los resultados es, además, una filosofía, una manera de parar el tiempo, las prisas, en la que gozamos de la naturaleza, nos acercamos a ella y a nuestra sabiduría tradicional, nos enriquecemos y, retornamos a nuestra esencia, aquella que nos hace más humanos.     Manel Vicente Espliguero Paisajista

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