Al leer este artículo muchos ya estaremos abriendo de par en par la puerta de casa para dejar atrás los meses de aislamiento: vuelven las reuniones familiares, el deporte, las visitas a lugares a los que hace unas semanas era imposible; volvemos al café de la tarde o a la fría cerveza servida en la terraza, a contemplar el mar desde la playa, volvemos a ensimismarnos mirando desde un banco el vuelo de las golondrinas o a planear un paseo en familia por caminos rurales o de montaña. Con respeto, con cautela, con mesura y, en definitiva, volvemos…
Desde greenline gardens, respetando los estados de ánimo de cada uno y sin querer caer en una visión simplista de lo que hemos pasado y de lo que ahora nos toca afrontar, nos gustaría ofreceros algunas reflexiones positivas sobre la sana influencia que la naturaleza más cercana de nuestras ciudades y pueblos nos puede llegar a ofrecer.
Abrir la ventana al paisaje
Me gustaría comenzar con unas interesantes palabras del paisajista Gilles Clément, autor junto a otros del Parque André-Citroën ubicado junto al Sena, en el espacio que ocupaba la antigua fábrica de coches: paisaje es todo lo que se desarrolla al alcance de la mirada o del resto de los sentidos. Un bien subjetivo y vinculado a la cultura de cada uno, el paisaje es algo completamente personal.
Así pues… ¡El paisaje depende de cada uno! Ya que soy yo quien decido abrir mis sentidos hacia ese valor. La belleza de la naturaleza, esté donde esté, nos pide permiso para darse, nos busca para que la podamos disfrutar con complicidad y asentimiento.
Abrir la ventana de nuestros sentidos a la naturaleza es una de las muchas cosas pequeñas y de valor incalculable que durante el encierro hemos redescubierto. Este tiempo nos ha dado la oportunidad de reflexionar sobre aquellas actitudes a evitar y, al mismo tiempo, a valorar muchas otras cosas que queremos, hoy más que nunca, recuperar.
Quizás no podemos llegar a todo, pero a lo que sí, disfrutémoslo
Personalmente, después del vuelco económico y social de la pandemia que nos ha afectado a todos, no sé si tendré la oportunidad de visitar algún parque natural de Estados Unidos o de África, o de visitar jardines y paisajes orientales, que eran algunos de mis sueños y que tampoco descarto, pues mantener activas las ilusiones y proyectos forma parte de nuestra alegría y esperanza como personas. Lo que sí sé seguro es que quiero y puedo disfrutar como nunca de cientos de pequeñas maravillas de la naturaleza que me rodean. Todas siempre han estado ahí y la novedad es que ahora soy consciente de ellas.
Disfrutemos de paseos sensoriales
Quiero disfrutar de mis paseos, de abrir mis sentidos a lo que antes pasaba desapercibido debido a las prisas y al estrés. Me he propuesto admirarme con los colores y la luz de lugares que parecían abandonados y que ahora son un sorprendente herbazal selvático. Quiero tener tiempo para captar el momento en el que los patos se posan en el agua del río. Experimentar cómo el aroma de las rosas solo se siente y te inunda si dejo entrar su perfume con mucha pausa. Deseo compartir un paseo entre las sombras de los árboles con los míos, dejarme sorprender por los colores de las flores de los balcones y saludar a la persona que las cuida. Ser mucho más consciente del valor y regalo de estos momentos.
Detengámonos a observar, descubrir y admirar
Animo a todos a bañarse los pies en el arroyo después de una buena caminata y a admirarse de lo extrañas y mágicas que son las libélulas. Y también a detenernos para preguntarnos sobre la gran cantidad de helechos y líquenes que viven sobre los muros y las rocas y cómo consiguen teñir las superficies con sus colores.
Sugiero en un día soleado parar delante de un prado florido en nuestros parques públicos y entornar los ojos para ver su rica paleta de colores. Animo a admirar esas encinas y olivos centenarios que hemos visto muchas veces sin detenernos y a reparar que han sido testigos de la vida de más de cinco o seis generaciones. Propongo intentar distinguir los cantos de los vencejos, los gorriones y las cotorras, que sus sonidos queden en nuestra memoria auditiva como un regalo de la naturaleza. Aconsejo madrugar y con el fresco, subir a algún mirador que conozcamos y ver cómo sale el sol y cambian los colores de la ciudad. Saber esperar para escoger el mejor momento y detenerlo en una foto que pasado el tiempo me recuerde que debo volver. Recuperemos el caminar, el correr, el ir en bicicleta, patinar por paseos, espacios verdes, alamedas y senderos… Todo lo que signifique contactar con la naturaleza más doméstica y cercana.
Volvamos a saborear nuestro jardín planetario
Os animo también a buscar y comer de esas frutas de huertos y bosques que están en su punto y que no echan en falta azúcar porque nunca pasaron por las cámaras de un supermercado. Deteneos bajo la sombra de los tilos y a la vez a dejaros envolver y transportar por el aroma de sus flores en junio. Os empujo a sentir en la cara la espuma salada de las olas del mar o el contacto de su agua en un baño a primera hora.
Gilles Clément hablaba también del jardín planetario, el jardín Tierra, un sueño envuelto por un recinto, con su protectora atmósfera a salvo en nuestro universo. Y es que todos los jardines se protegen para salvaguardar en su interior lo mejor de sí mismos, el tesoro de lo que contienen.
Así que, finalmente, os animo a reflexionar sobre este jardín planetario que nos decía Clément, donde el tesoro a cuidar seremos nosotros y nuestros seres queridos. Es un jardín mágico, ideal, hecho a nuestra medida, y se encuentra tan cerca, tan a nuestro alcance que podemos disfrutarlo cada día. Ahora que lo hemos descubierto, no lo perdamos de nuevo.
Manel Vicente Espliguero
Paisajista