Ahora que estamos dejando atrás el verano y sus cada vez más habituales olas de calor, todavía es un buen momento para saborear el litoral y sus espectaculares jardines. Para los que no hemos nacido cerca de él, aún recordamos la fuerte impresión que tuvimos al ser conscientes de ver por primera vez el mar…
Para hablar de costas y jardines os voy a contar una historia interesante que ocurrió en 1989. Justo en ese año, la organización pública francesa ‘Conservatoire du Littoral’ se hizo cargo de una propiedad en venta en la Costa Azul: el señorío de Rayol. Los herederos del famoso constructor de aviones Henri Potez no podían mantenerlo y, abandonado, esperaba su destino. Al comprarlo esta institución, se evitó que tanto el palacete de estilo Art Nouveau como sus 7 hectáreas de paisaje mediterráneo, cayeran en manos de especuladores y este tesoro de principios del siglo XX se perdiera para siempre.
El mundo como jardín planetario
Una vez salvado el inmueble y sus alrededores, se encargó al paisajista Gilles Clément la restauración del hasta entonces pequeño jardín botánico de la propiedad y de la nueva orientación conceptual de este espacio tan singular.
Gilles, filósofo revolucionario en su campo, propugnaba una jardinería en la que, de manera respetuosa y sin imposiciones, convivieran plantas y personas. Esta idea lideró el diseño de un espacio que albergaría todas las plantas mediterráneas del mundo, porque para Gilles, el mundo es un jardín planetario donde lo único que permanece es el cambio.
Como las plantas pueden viajar y para desarrollarse lo único que necesitan es un clima similar al de sus zonas de origen, este jardín en el mediterráneo occidental pudo contener otros mediterráneos e incluso incorporar plantas tropicales cuyas necesidades podían ser fácilmente atendidas gracias al clima y condiciones propias de la zona.
Arte y Naturaleza, fundidos en un espacio impresionante
El bioma mediterráneo fue, por tanto, el lema del ‘Jardin du Domaine du Rayol’. En ese maravilloso lugar de la cornisa del Macizo de los Maures y frente a las islas Hyères, hoy se puede visitar y contemplar un jardín maduro y en expansión. Un jardín en el que, junto a las especies vegetales, comparten espacio la fuerza de la naturaleza y la energía del espíritu humano, ya que el jardín también alberga exposiciones temporales de artistas de distintas espacialidades, cuyas obras se inspiran en la misma naturaleza.
El jardinero cuida del equilibrio entre especies
La tarea del jardinero es la de procurar un equilibrio entre las diferentes especies sin forzar las condiciones que las permitan vivir y poniendo un poco de orden en cada una de las zonas en las que se divide el jardín: el jardín de las Canarias, California, África del sur, Australia, Ásia subtropical, Nueva Zelanda, América árida, América subtropical, Chile, Mediterráneo, la colección de los Cistos, la Maquia y el Jardín marino.
Los primeros jardines surgieron del mar
La primera vez que fui me sorprendió la existencia de un Jardín marino. Era invierno y me quedé con unas ganas enormes de poder visitarlo. Era muy original que en un botánico se recogiera un espacio de ese tipo. Pero en realidad, tampoco es tan extraño: ¡Los primeros jardines surgieron del mar!
¿Os imagináis como serían aquellas primeras plantas? Eran seres humildes, como verdura enganchada en las rocas, presencia de vida en un medio hostil y nuevo, húmedas y a la vez preparadas para resistir el sol y los vientos más secos y fríos del interior. Aquellos primeros seres vegetales son los briofitos, que actualmente son la gran variedad de nuestros musgos, hepáticas, antocenos y esfagnos. Millones de años después aparecería la Cooksonia desarrollando lo que iba a ser un gran invento para ellas: el sistema vascular, que posibilitaría la existencia posterior de todas las plantas que conocemos.
¡Zambullámonos en un jardín marino!
Volviendo a nuestro jardín marino, en él hay diferentes ambientes: los fondos de arena, el prado de la posidonia, el fondo rocoso y el azul marino, que sobre todo funciona como un fondo de luz abierto a la imaginación y a la aventura. El jardín se puede visitar fuera de los meses más fríos abrigados de un ligero neopreno y calzados con aletas, usando unas gafas y un tubo para respirar o también mojándonos hasta la cintura y mirando a través de ventanas de plástico sobre la superficie del agua. ¡Recordemos que estamos en la tierra del capitán Cousteau!
Poneos las gafas y vayamos a reconocer algunas de estas riquezas submarinas
La posidonia (Posidonia oceanica) es exclusiva del Mediterráneo y se extiende desde los primeros metros de profundidad hasta llegar a los 30 o 40 metros. ¡Es una sorpresa de la naturaleza puesto que no se trata de un alga, como tenderíamos a pensar, sino de una planta fanerógama que vive bajo el mar! Emociona deslizarse entre sus praderas, creando canales efímeros de navegación y contemplarlas como un puente entre las algas y las fanerógamas terrestres. Sus hojas pueden tener un 1 metro de longitud y pueden vivir durante siglos. Florecen bajo el agua en otoño y sus frutos, las olivas de mar, flotan para ayudar a su dispersión.
En esta relajante exploración subacuática descubriremos también las algas auténticas. En estas no se diferencian las raíces, los tallos y las hojas, su cuerpo es pluricelular y se llama talo. Son muy primitivas, aparecieron hace ya más de 1.500 millones de años. Comúnmente las dividimos en verdes, marrones o brunas y rojas. Entre las primeras citaremos unas que son muy filamentosas y largas, se las llama Chaetomorpha. Como ejemplo de las brunas o marrones, señalaremos las que seguramente hemos visto más de una vez paseando por la playa a primera hora de la mañana: las Dictyota spiralis, unas algas de tiras anchas de reborde ondulado en las que las puntas están deshilachadas y entre las que saltan las pulgas de mar. Son habituales en las profundidades de menos de 5 m. Como algas rojas hablaremos de las Gelidium spinosum que se presentan en aguas superficiales y que como curiosidad se ramifican solamente en un único plano, si las miramos bien son completamente planas.
Dentro del mar hay plantas que parecen algas, pero también animales que parecen plantas. Lo que vulgarmente llamamos tomate de mar o pepino de mar, y en contra de lo que nos sugiere el nombre, es precisamente eso, un animal. El primero es una anémona europea y el segundo, dotado de un cuerpo vermiforme o alargado, un animal emparentado de lejos con los erizos y las estrellas de mar. En Asia algunas especies se consumen como delicias culinarias.
Y seguimos de zambullida en la Costa Azul: en este paseo, nos encontraremos, finalmente y con un poco de calma, con una gran cantidad de peces: salmonetes de roca, peces escorpión, fedrís o peces verdes, picudas, sargos comunes, tordos picudos, raspallones, serranos, soldados… En definitiva, un paraíso de flora y fauna de la que, guiados de entendidos, podremos disfrutar.
Ellas, valientes, contra viento y marea
Para terminar, ahora ya sin gafas ni aletas y lejos de nuestra visita guiada, quiero acabar este pequeño viaje al jardín marino con tres plantas que me maravillan por su adaptación a unas condiciones singularmente difíciles y exigentes.
- Crithmum maritimum. Si hay una planta que vive en situaciones de máximo riesgo es ella. Prospera en las mismas rocas donde baten con fuerza las olas en invierno y salpica la espuma salada de manera habitual. Es el hinojo marino o cenoyo de mar, con su floración en umbela, de verde perenne y comestible.
- En la arena de la playa podemos encontrar las azucenas de mar (Pancratium maritimum) adaptadas al calor de las dunas y de las arenas cambiantes. Son flores de blanco nieve y semillas bien negras, como el carbón. Estos lirios son cada vez más raros por la intensificación del uso de las playas.
- También me gusta mucho la floración de amarillo brillante del Helichrysum rupestre en zonas donde todavía se conserva el suelo natural de nuestras playas sin muchas alteraciones ni la presencia de construcciones como los paseos marítimos.